Un cuento sin nombre. Part 6
Posted: martes, 8 de mayo de 2012 by Juan L. in
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Primer día en la ciudad.
Después de la batalla, a Al no le quedó mas que seguir con su camino a pie; realmente no le faltaba mucho, ahora solo tenia que atravesar los geiseres de burbujas y habría llegado a la ciudad. La tarea parecía bastante fácil, por desgracia no lo sería del todo, ya que si quedaba atrapado en alguna de las burbujas no podría salir hasta que ésta se reventara, lo que podría tardar mucho tiempo y lo podría alejar de la ciudad.
Al llegar al lugar pensó que lo mejor sería avanzar agachado para que estuviera fuera del alcance de las burbujas. El lugar no era muy distinto al resto del desierto, solo destacaban unos grandes agujeros en el piso que despedían constantemente aquellas burbujas de tono rosado que con el brillo azulado de las lunas adquirían un tono rojizo, como si fuesen de sangre tan clara que se transparentaba.
El panorama que Al tenía desde ahí era único, pues sumado a la belleza de las burbujas y al tono azulado del desierto, el brillo de la colorida ciudad contrastaba muy bien, sobre todo con la montaña de fuego que estaba más atrás.
Al entrar a la ciudad se encontró con todo tipo de seres, desde algunos conocidos como los relojes voladores o algunos árboles llorones colocados en la ciudad a modo de decoración, hasta nuevos personajes de todas formas y tamaños; altos, bajos, delgados, gordos, con dos cabezas, sin cabeza, en fin, una gran gama de criaturas que habitaba en la enorme ciudad y que probablemente algunos le ayudarían.
La ciudad era perfecta, todo parecía funcionar a la perfección, fue entonces que recordó aquel pueblo maldito en el que había estado hace poco, no podía dejarlos así, tenía que hacer algo, pero no sabía como volver, tendría que buscar ayuda.
Al caminó por la multitud que caminaba presurosa por las calles de la ciudad, parecía que todos tenían algo que hacer, era realmente difícil caminar por aquel lugar para alguien como él que nunca había estado allí y que no sabía como moverse entre tanta gente. Al tenía que cuidar no pisar a nadie, y más aun, no pisar a nadie; de no chocar con alguien que le pudiera buscar problemas en su primer día.
Finalmente salió de la multitud y llegó a una parte de la cuidad menos habitada, donde encontró un lugar en el que podría encontrar algo de comida y tal vez descansar. Por fuera era un pequeño hongo con paredes verdes y un techo con franjas anaranjadas y rojas, y era a penas de tres pisos.
Al entrar al edificio éste era café por todas partes, como si fuese de madera muy oscura, lo que le daba un toque un tanto siniestro. Había una serie de sillas ovaladas con seis mesas cada una, un total de nueve mesas colocadas en filas y columnas de tres. Al fondo estaba una barra de roca esculpida y una hilera de siete bancos frente a ella, como en un clásico bar del viejo oeste.
Al comenzó a avanzar a través del lugar observando a su alrededor, solo una de las mesas estaba ocupada por tres sujetos, uno realmente grande y de aspecto escamoso, otro tan alto que casi pegaba con las lámparas triangulares que colgaban del techo y con una nariz tan pequeña que a penas era distinguible, y un tercero que lo observaba con sus enormes ojos rojos y golpeaba con sus largas garras la mesa esperando a que Al tomara asiento mientras movía su larga cola morada lentamente de arriba hacia abajo y de izquierda a derecha.
En las paredes colgaban cabezas de animales como en una enfermiza exhibición y algunos retratos que posiblemente serían parientes del dueño, quien estaba parado detrás de la barra esperando que Al llegara para ordenar algo.
Detrás de donde estaba parado el dueño había una enorme repisa que albergaba una gran variedad de botellas de todas formas y colores que contenían distintos tipos de bebidas. Al finalmente llegó y se sentó frente a la barra. -¿Qué vas a ordenar?- preguntó el cantinero de piel amarillenta mandil blanco y un enorme bigote rojizo.-Solo quiero algo de comer- respondió Al en un tono de respeto por temor q tener problemas. El cantinero se fue por unos segundos y volvió con un plato que puso frente a Al. El contenido del plato era verde y gelatinoso, no muy apetitoso pero Al tenia tanta hambre que lo engulló en seguida.
-Necesito ayuda- dijo finalmente Al cuando terminó de comer. –¿Ayuda?- contestó el cantinero soltando una carcajada chillona, lo que hizo que los otros tres sujetos se levantaran y sentaran en la barra rodeando a Al -¿Ayuda para qué?- preguntó el sujeto alto, entonces Al les contó la situación del pueblo. Para cuando termino todos se quedaron callados y un silencio inundó la habitación por varios minutos.